La crianza tradicional es uno de los enfoques más utilizados en las familias de occidente. Empleada durante varias generaciones, sus cimientos están basados en varios de los ideales que promueve el adultocentrismo.

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Unicef establece que el adultocentrismo se encarga de establecer relaciones de poder asimétricas entre los diferentes grupos de edades, beneficiando a los más grandes. Los derechos de las infancias y las juventudes han quedado relegados históricamente debido a una cultura que minimizó sus emociones y opiniones. 

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Los comportamientos que priorizan las necesidades adultas se han trasladado a la crianza, promoviendo un modelo autoritario. Los padres que usan este enfoque tienden a ejercer un tipo de comunicación unidireccional, en donde esperan que los niños sigan las reglas sin discusión.

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La mayoría de las familias que emplean la crianza tradicional en sus hogares solo están replicando la serie de patrones con los que han sido educados. Esto sucede porque los padres no saben cómo hacerlo de otra manera. Sin embargo, este modelo puede traer serias afectaciones al desarrollo socioemocional de los hijos.

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Creer que ‘‘una mano dura’’ es lo más opcional para mantener a los niños educados y bajo control, conlleva las siguientes prácticas:

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• Los padres promueven la idea de que la obediencia es una manera de demostrar amor.

• Ejecución de castigos punitivos que incluyen agresiones verbales y físicas. Por lo general, el desacato de una orden o una equivocación anteceden al castigo.

• El tipo de comunicación es unidireccional, los niños no tienen derecho a expresar sus puntos de vista. Lo que dicen los padres debe ser considerado una orden indiscutible.

• No existen tantos espacios de expresión emocional.

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Los hogares que practican dicho estilo de crianza se conciben como lugares donde existe amor y maltrato. La demostración de afecto y castigos punitivos puede resultar ambiguo para los niños.